El mundo necesita paz. Es obvio. Pero esa paz comienza en cada uno de nosotros.
Creo que resulta fácil dejarse arrastrar por la discordia y el deseo de tener razón. A todos nos ha pasado. El ego hinca sus afiladas uñas porque se alimenta del conflicto y el sufrimiento, y cuando la persona quiere darse cuenta, se halla en el fragor de la batalla, en medio de una discusión absurda, de un enfado que no lleva a ninguna parte, o toma decisiones de las que se va a arrepentir.
Sin olvidar las comparaciones con otros. En palabras de Henri Nouwen (1):
“El mundo en el que crecí es un mundo tan repleto de categorías, grados y estadística que, consciente o inconscientemente, siempre trato de competir con los demás. Mucha de la tristeza y alegría de mi vida viene directamente de compararme; y mucha, por no decir toda, de esta comparación es inútil, una pérdida de tiempo y energía”.
No necesitamos, en absoluto, compararnos con nadie. O competir. Ni alimentar actitudes que conducen a la desdicha. Cada uno de nosotros es único e irrepetible. Y también, cada uno ha traído consigo algo que puede mejorar la vida de otros. Y la propia.
Cuando nacemos en el mundo, no se espera —allá, en el otro lado— que no nos equivoquemos, pero sí que sepamos reconocer el error y tratemos de enmendarnos.
Podemos fomentar en nosotros la paz y la quietud para no reaccionar de una manera impulsiva ante los estímulos del mundo. El simple pensamiento de la palabra “paz” ya crea en el interior un estado de gozosa calma. La paz interna es contagiosa. Se transmite silenciosamente a las personas de nuestro entorno, como lo demuestra la siguiente historia real, acaecida en Suiza, y que Gerald Jampolsky (2), un extraordinario ser humano, fundador del “Centro de Sanación de la Actitud” en California, comparte con nosotros:
“Una vez escuché una historia que puede confirmar esta regla de la sanación de la actitud. Había un pastor [de una iglesia], en Suiza, que tenía 64 años y estaba a punto de jubilarse. Empezó a cuestionarse su vida y sus creencias respecto a Dios. Y a medida que lo hacía, comenzó a tener una buena cantidad de dudas respecto a sí mismo y a sus ideas de la realidad. Se sintió tan deprimido que decidió dejar a Dios en el altar y solicitó que un nuevo pastor le sustituyera, dedicándose él tan solo a visitar los bares y tabernas locales.
Unos días después de que estos cambios comenzaran, recibió un mensaje de una mujer de su parroquia que le decía que su marido acababa de morir. Vivía a poca distancia de su casa, por lo que el ministro acudió inmediatamente a visitarla.
Sabía exactamente lo que tenía que decir, pues ya se había encontrado en situaciones similares anteriormente. Sin embargo, en el momento en que iba a abrir la boca escuchó una voz en su interior que le pidió que no dijera nada, que simplemente pensara en la palabra paz. Pasaron unos cinco minutos, y cuando de nuevo iba a empezar a hablar, escuchó el mismo mensaje.
Pasó una hora y finalmente la viuda empezó a conversar. Le dijo que no podía entender lo que sucedía. Su marido estaba muerto en la cama y ella sentía una paz mayor que la que había sentido durante toda su vida. Él le respondió que también estaba experimentando una sensación de paz superior a la que jamás hubiera sentido. Por primera vez en su vida sabía en qué consistía la paz de Dios”.
Todos los seres humanos estamos conectados entre nosotros, así como con todas las criaturas de la Tierra, y con la naturaleza, y “cuando aceptamos la paz para nosotros mismos —nos dice Jampolsky—, la paz es recibida en cierto grado por todos los que viven en nuestro mundo. De este modo se va transformando […]”.
Muchas veces no sentimos paz porque no nos damos el tiempo ni la oportunidad de sentirla.
¡Y hay tantos pensamientos inútiles que llenan nuestra mente a lo largo del día! En lugar de perdernos en ellos, podemos traer a nosotros palabras que brillen en la luz; que nos proporcionen bienestar y sosiego.
Pensar en la paz atrae paz. La palabra es un principio de poder. El Verbo es creador.
En ocasiones, no será necesario hablar. Una mente serena y una actitud pacífica serán suficientes para producir un efecto sanador.
Que la paz sea para ti fuente de salud y de dicha. Y que esté siempre presente en tu vida.
Hasta el próximo día.