Detrás de toda aparente oscuridad se esconde una gran luz. Las emociones y sentimientos densos la ocultan en las profundidades del alma, mas permanece siempre aguardando ser liberada para brillar. Y cuando resplandece en nosotros, trae consigo excepcionales dones, Gracia y bendición.
Estas palabras ilustran muy bien la experiencia vivida por Pierre Pradervant, un extraordinario ser que ha dedicado su vida a apoyar el bien de la humanidad.
Él mismo relata su historia:
“En un momento determinado de mi carrera tuve que hacer frente a una de las decisiones más difíciles de mi vida: o conservar mi empleo, a condición de aceptar una situación que violaba las reglas más elementales de la deontología profesional y que me habría obligado a una limitación inaceptable de mi libertad de expresión en el trabajo de educación de las personas que se me encomendaban…, o abandonar mi empleo. El hecho de que fuera una organización humanitaria la que me imponía esta opción no me facilitaba las cosas, desde luego.
En vez de someterme a un harakiri moral, preferí dejar mi empleo.
Durante las semanas y meses que siguieron, empecé a experimentar un rencor violento, y aparentemente imposible de desarraigar, contra las personas que me habían puesto en aquella situación imposible. Al despertarme por la mañana, mi primer pensamiento era para aquellas gentes. Mientras me duchaba, al comer, al andar por la calle, al dormirme por la noche, me atenazaba aquel pensamiento obsesivo. Y el subsiguiente resentimiento me roía las entrañas y me envenenaba literalmente la vida. Sabía que me estaba haciendo daño a mí mismo, pero, a pesar de mis horas de oración y de meditación, aquella obsesión me chupaba la sangre como una sanguijuela. Me sentía y me portaba como la víctima de una situación. ¡Y, peor todavía, víctima de mí mismo!
Pero un día una frase de Jesús en El Sermón de la Montaña me habló de forma muy intensa: “Bendecid a los que os persiguen” (Mt. 5,44). De repente, todo se me hizo evidente; era literalmente lo que yo tenia que hacer: bendecir a mis ex – “perseguidores”. E inmediatamente comencé a bendecirlos de todas las formas imaginables: en su salud, en su alegría, en su abundancia, en su trabajo, en sus relaciones familiares y en su paz, en sus negocios y en su bondad… Las diversas formas de bendecirlos eran innumerables. Y por bendición entiendo “querer todo el bien posible para una persona o una comunidad, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón, con total sinceridad”. Esta es la dimensión más importante de la bendición: la sinceridad aliada a la energía del corazón. Ahí está la fuerza que transforma y cura, que eleva y regenera. […]
Bendecía a las personas en cuestión a lo largo de toda la jornada: mientras me limpiaba los dientes por la mañana y mientras lavaba los platos o me iba durmiendo… Los bendecía uno a uno, en silencio, mencionando su nombre. Seguí con esta disciplina varios meses.
De pronto, un día, a los tres o cuatro meses de este ejercicio, empecé a bendecir a las personas por la calle, en el autobús, en correos, en las aglomeraciones, cuando tenía que hacer cola en cualquier sitio. A veces, al comienzo de este maravilloso descubrimiento, iba recorriendo un avión o un tren de un extremo al otro, con el gozo de ir bendiciendo a los viajeros; bendiciéndolos sin reservas, totalmente, incondicionalmente. “El arte de bendecir” se convirtió en un canto silencioso, en el motivo básico de mi vida espiritual. […] Bendecir a los demás se fue convirtiendo, poco a poco, en uno de los mayores gozos de mi vida. Y lo sigue siendo todavía después de muchos años de practicarlo con regularidad. Se ha convertido en la forma más eficaz para mantenerme espiritualmente centrado y para desembarazar mi espíritu de pensamientos negativos, críticos o condenatorios.
No he recibido ningún ramo de rosas de mi antiguo empresario ni la más pequeña expresión de afecto ni la menor excusa de su parte. Pero he recibido rosas de la vida. A manos llenas. […]
Luego, siete meses después de haber comenzado esta práctica de bendición, un día sucedió algo extraño. Estaba yo preparando una conferencia sobre el tema “Sanar el mundo” para un encuentro internacional de jóvenes que iba a tener lugar en Zürich. De pronto, me invadió una oleada de inspiración. Me sentía literalmente como un copista bajo dictado, y a mi mano le costaba trabajo transcribir con suficiente rapidez las ideas que afluían mi mente. […]
En los meses que siguieron a la redacción de este texto, lo incluí en las cartas que escribía a los amigos de diversos países. Con el correr de los y meses y los años, comencé a recibir cartas y llamadas telefónicas de personas de los más diversos rincones del mundo, de personas que la mayor parte de las veces me eran totalmente desconocidas”.
Estas personas agradecían a Pierre Pradervand el maravilloso texto que recibió en aquellos minutos de inspiración, porque les había aportado grandes alegrías y contribuido a solucionar circunstancias difíciles. Les había traído paz de conciencia y amor.
El texto que el autor recibió por inspiración es una bendición a todos los seres humanos, sin caer en juicios. Bendecir la vida en todas sus formas, con gran amor, respeto y conciencia. El escrito ha obrado numerosos milagros a lo largo de los años y Pradervand se sintió impelido a escribir un bello libro titulado El arte de bendecir, en el que reproduce las luminosas palabras que le fueron entregadas desde los mundos de luz. Antes de conocer esta historia, ya había en mí una tendencia natural y espontánea a bendecir en silencio a las personas que se cruzaban en mi camino, así como a las circunstancias y situaciones que llegan a mi vida. Mas desde que tuve conocimiento de la experiencia de Pradervand, y leído su escrito, esa inclinación natural a bendecir se ha acentuado en mí, convirtiéndose en algo habitual, y en fuente de amor y gozo.
Que Dios te bendiga.
Hasta el próximo día.