ETERNIDAD

21 de octubre de 2024

 

Somos la Eternidad. Con toda certeza. El universo en el que habitamos es extraordinariamente bello. Pero las mayores maravillas se encuentran en nuestro interior, en la grandeza de nuestro corazón y de nuestra alma.

A veces, se descubre esa evidencia cuando la persona ha atravesado por momentos que parecían insuperables. Y que trajeron consigo una gran luz. Aunque esto último siempre se revela una vez que la tormenta ha pasado.  

Quiero compartir hoy con vosotr@s, apreciad@s amig@s, una historia de amor, de un amor incondicional. Es la conmovedora experiencia de Anita Moorjani, una mujer admirable que padeció un devastador cáncer durante más de cuatro años. Postrada en una cama, su cuerpo se fue consumiendo hasta que los órganos vitales fallaron y cayó en coma. 

Había luchado intensamente por superar la enfermedad:

     “Pero al final se me hizo muy difícil soportarlo más y me rendí. Fue una liberación interna total. Después de que el cáncer arrasara mi cuerpo durante más de cuatro años, estaba demasiado débil para seguir resistiendo, así que claudiqué. Estaba cansada. Sabía que el siguiente paso sería la muerte, y finalmente llegué al punto en el que agradecía su llegada. Cualquier cosa sería mejor que aquello”. (1)

Mientras la ambulancia la conducía a toda prisa al hospital, Anita tuvo la percepción interna de que el mundo que la rodeaba se estaba transformando. “Puede que su corazón siga latiendo, pero su esposa ya no está aquí”, fueron las palabras que la doctora dirigió a Danny, el angustiado marido de Anita.

En tanto exhalaba su último aliento, acompañada por sus seres queridos y por el equipo médico que la había tratado, el alma de aquella mujer joven se fue alejando de este mundo. Y de las limitaciones que impone el cuerpo. Su conciencia se expandió. 

Entonces, un amor intenso la rodeó. Este amor, de un alcance y una profundidad abrumadores, lo incluía todo. Brotaba también de ella misma. Y era extraordinariamente cálido y entrañable. Venía acompañado de la gozosa certeza de haber vuelto a casa.    

En aquel nuevo estado vio pasar su vida ante sí. Las soluciones que siempre había buscado se mostraban ahora diáfanas. Todas las experiencias que habían dado forma a su existencia tenían una causa y un sentido.  

A la pregunta: ¿Por qué a mí?, las respuestas surgieron claras en su interior. Anita se había dedicado a hacer obras de caridad y a ayudar a los demás debido a que sentía que era su obligación. Había sido vegetariana, no porque estimara su cuerpo sino por miedo a la enfermedad. Con frecuencia decía “sí” cuando quería decir “no”, únicamente para complacer a su familia, a sus amistades, y ser como la gente esperaba que fuera. El miedo había estado siempre presente en su vida. Mucho más que el amor.

En palabras de Anita:

     “No había estado expresando mi verdadero ser porque mis preocupaciones me lo impedían. Comprendí que el cáncer no era un castigo ni nada parecido. Era solamente mi propia energía manifestándose en forma de cáncer, debido a que mis miedos no me permitían expresarme como la fuerza llena de magnificencia que era mi verdadero ser. En ese estado de expansión me di cuenta de lo mal que me había tratado a mí misma y de cuánto me había juzgado a lo largo de mi vida. La enfermedad no era un castigo. Por fin entendí que era a mí a quien yo no había perdonado, no a los demás. Yo era la que me estaba juzgando, la que me había abandonado y la que no se quería lo suficiente. No tenía nada que ver con ninguna otra persona. Y en aquel momento supe que era una preciosa hija del universo. Solo con existir ya me merecía el amor incondicional”. (2)

En este mundo de Eternidad reconoció, junto a ella, a su padre, a quien había querido con todo el corazón pero con quien siempre tuvo problemas de relación. Y a su mejor amiga, Soni:

     “Para mi profunda sorpresa, fui consciente de la presencia allí de mi padre, que había muerto diez años antes. Percibir que estaba conmigo me hizo sentir increíblemente reconfortada.

     “¡Papá, estás aquí! ¡No me lo puedo creer!” 

     No dije estas palabras. Solo las pensé. […] 

     “Sí. Estoy aquí, cariño; siempre he estado aquí para ti y para toda la familia”. 

     Tampoco hubo palabras, solo emociones, pero lo entendí perfectamente.

     Entonces reconocí la esencia de mi mejor amiga, Soni, fallecida tres años antes a consecuencia de un cáncer. Sentí algo que solo puedo describir como jubiloso entusiasmo cuando su presencia me envolvió en un cálido abrazo y me sentí arropada. Era como si hubiera sabido desde mucho antes de ser consciente de ello que ambos habían estado allí todo el tiempo durante todo el desarrollo de mi enfermedad. (3)

Allí comprendió, también, algunas verdades fundamentales: 

     “En el tapiz de la vida todos estamos conectados. Cada uno de nosotros es un regalo para los que tiene a su alrededor, ayudándonos unos a otros a ser lo que somos y tejiendo entre todos un cuadro perfecto. Durante mi ECM (4) todo esto me quedó totalmente claro, porque comprendí que ser yo misma es ser amor. Y esta es la lección que me salvó la vida”. (5)

Anita Moorjani siguió adentrándose en aquel lugar extraordinario, hasta que los campos de energía cambiaron de densidad, se hicieron más sutiles, y su padre la avisó de que si subía el siguiente peldaño ya no podría reentrar en su cuerpo físico. Ella no pensaba, de ningún modo, en regresar. Aquel lugar en el que estaba resultaba absolutamente maravilloso. La envolvía la paz. No quería volver al mundo.

Y aunque su decisión iba a ser respetada, se le mostraron las consecuencias que ello tendría sobre sus seres queridos y sobre muchas personas. Vio el sufrimiento atroz de su esposo, de su madre y hermano. Y cómo el dolor y la falta de comprensión de los hechos consumiría sus vidas. Le enseñaron también cómo sería su existencia si decidía retornar. Podría compartir con el mundo su experiencia y muchos miles de personas se beneficiarían de ello.

El temor a reintegrarse en un cuerpo enfermo persistía en ella. Pero su padre le aseguró que tal cosa no sucedería. Había estado en contacto con la Verdad, con la Luz y con un Amor incondicional, que eran su auténtica naturaleza. Y si volvía a la Tierra, esa evidencia viajaría con ella. Cuando su cuerpo entrara en contacto con esa Verdad, solo una cosa podía suceder: la curación total.

     “Esta comprensión me llevó a darme cuenta de que ya no tenía nada que temer. Pude ver todo aquello a lo que yo (y todos nosotros) tenemos acceso. Y entonces hice una poderosa elección: regresar. […] Cuando desperté nuevamente en mi cuerpo, supe que todas mis células responderían a mi decisión de regresar, por lo que tuve la certeza de que iba a estar bien”. (6)  

Y en aquel estado pudo reconocer la inocencia que acompaña a toda vida: 

     “Me gustaría reiterar una vez más que la enfermedad no es culpa nuestra. Creer que se es culpable puede ser causa de frustración para quien está enfermo. No es así; no hay culpa. Lo que sí ocurre es que nuestra biología responde a nuestra conciencia; también responden a ella nuestros hijos, nuestras mascotas y todo lo que nos rodea. Nuestra conciencia puede cambiar las condiciones de nuestro planeta mucho más de lo que nos imaginamos. Y eso es así debido a que todos estamos conectados […]. (7)

     Quiero aclarar que mi curación no se debió tanto a una transformación de mi estado mental o a un cambio de creencias como a que finalmente permití que mi verdadero espíritu saliera a la luz. […] El estado en el que estuve durante mi ECM estaba más allá de la mente, de modo que me curé porque no tenía pensamientos en absoluto, ni perniciosos ni de ningún otro tipo. No estaba en un estado de pensamiento sino en un estado de ser”.

     “Durante mi ECM me di cuenta de que el universo entero está compuesto de amor incondicional y  de que yo soy una expresión de él. […] Saber esto me hizo comprender que yo no tenía necesidad de intentar ser otra persona para merecerme nada. Yo ya era todo lo que debía ser”. (8)

     “Ahora sé que todo lo que necesito está ya contenido en mi interior, siempre a mi disposición…” (9)

Anita Moorjani regresó del otro lado. Su cuerpo experimentó una curación total en los 5 días siguientes, ante la más absoluta consternación de los médicos. Los órganos vitales se recompusieron y ni una sola célula cancerosa quedó en ellos.

Esta mujer extraordinaria se ha dedicado, desde entonces, a dar conferencias por todo el mundo llevando a las gentes el luminoso mensaje de que somos eternos, infinitamente amados, y de que ninguna enfermedad puede arrebatarnos eso. No existe nada en el universo que pueda dañar al ser excelso y único que Dios creó, y que Él ama eternamente con un amor que nunca ha de cesar. 

Al igual que le sucedió a Anita sé, con total seguridad, que algún día volveré a encontrarme con mis amados padres, con mi querida familia, con las amistades que compartieron conmigo su camino, con todos aquellos que ya moran en la Paz y la Belleza de la Eternidad. Que podré abrazarlos de nuevo, con un Amor como el de Dios, que nunca ha de cesar.

Hasta el próximo día.


  1. Moorjani, Anita, Morir para ser Yo. Ed. Gaia Ediciones. Madrid, 2012, pág. 184.

  2. Ibid., págs. 184, 185.

  3. Ibid., págs. 98, 189

  4. ECM: Siglas que hacen referencia a las experiencias cercanas a la muerte.

  5. Ibid., p. 184

  6. Ibid., p. 185.

  7. Ibid., p. 188.

  8. Ibid., p. 190.

  9. Ibid., p. 194.

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