Menciona UCDM (1) que, cuando Dios creó a su Hijo —que somos todos—, le transmitió, en un flujo de Amor infinito e incondicional: “Me amarás eternamente como YO a Ti”. Y el Hijo respondió: “Sí, Padre. Así será”. Esa confirmación asegura nuestra unión gloriosa con la Fuente por la Eternidad.
No todos los seres humanos han alcanzado el mismo nivel de evolución. Mas podemos estar seguros de que un día todos conoceremos el gozo indescriptible y la excelsitud de ser Uno con nuestro Creador.
Algunas personas apenas conservan un pálido recuerdo de lo que fue su existencia junto al Padre. La inmensa mayoría lo ha olvidado. Casi todos. Aquellos que lo van recordando pueden ayudar a otros en el camino. Se convierten en un bendito faro que refulge en medio de la ignorancia espiritual y el mundo de sombras que hemos creado.
Con frecuencia, cerca de estos seres magníficos suceden experiencias sublimes que muchos calificarían de “milagro”. Pero es que, unidos a Dios, los milagros se vuelven habituales en nuestra vida, como demuestra esta experiencia trascendental que Gerald Jampolsky, Jerry, como él prefiere que le llamen, comparte con nosotros.
Había conocido a Swami Muktananda en 1974, cuando fue invitado a su ashram (2) en Oakland (California). Estaba interesado en tomar unas fotografías de las manos del santo, para su investigación sobre la luz que rodea a la vida:
“Había muchos jóvenes en el ashram cuando llegué y parecía que todos idolatraban a Baba (3). En esa época de mi vida yo era bastante crítico respecto a los gurus. Apresuradamente llegué a la conclusión de que esos jóvenes estaban emocionalmente confusos y que posiblemente tenían fijaciones con sus padres. […]
En cuanto llegué fui conducido a una sala con otros 20 invitados. Baba entró en la sala, fuimos presentados y conversamos con la ayuda de un intérprete. Tomé algunas fotografías. Baba me cepilló con una larga pluma de pavo real y luego me senté. Cuando empecé a observar a los demás, me di cuenta de que había hecho todo mal. El resto de los asistentes se arrodillaban ante él antes de hablar; todos, excepto yo, le habían traído flores, frutas o algún regalo.
La hostilidad comenzó a crecer en mi interior. Pero tenía la impresión de que, aunque Baba estaba hablando con los demás, estaba al mismo tiempo manteniendo una conversación no verbal conmigo. Era como si nuestras mentes estuvieran unidas. Sentí entonces sin el menor asomo de duda que cuando terminara de hablar con los demás se acercaría a mí y que en ese momento sucedería algo espectacular.
Acabó de hablar y empezó a salir de la habitación y yo me dije para mis adentros: “¡Otra vez metiste la pata, Jerry!”. De repente le vi de pie frente a mí con su intérprete. Me tocó y todos los que estaban en la sala se sintieron al borde del delirio. Me condujeron a una habitación más pequeña y me dijeron que esperara un rato, que podía aprovechar ese tiempo para meditar. Aún me sentía receloso pero, como no parecía que hubiera nada que perder, acepté la sugerencia.
Entonces sucedió una de las experiencias más extrañas y sorprendentes de mi vida, una experiencia que produjo un cambio radical en mi sistema de creencias. Tras estar tranquilamente sentado unos cinco minutos, mi cuerpo empezó a temblar y a tener sacudidas frenéticas de una forma indescriptible. A mi alrededor aparecieron colores hermosísimos. Parecía como si hubiera salido de mi cuerpo y lo mirara desde arriba. Parte de mí se preguntaba si alguien me habría suministrado una droga alucinógena o si simplemente me estaría volviendo loco.
Vi colores cuyo brillo e intensidad estaban más allá de cualquier cosa que hubiera imaginado con anterioridad. Empecé a hablar en lenguas extranjeras, fenómeno del que había oído hablar pero al que no concedía el menor crédito. Un maravilloso haz de luz entró en la habitación y en ese momento decidí que bastaba de evaluar lo que sucedía y que era mejor integrarme en la experiencia, unirme a ella en cuerpo y alma.
Eso es lo último que recuerdo hasta que el intérprete de Baba empezó a sacudirme y a pedirme excusas porque había olvidado que estaba en la habitación. Yo seguía sentado. Habían pasado dos horas y media. Bajé a la planta baja donde había unas 200 personas frente a Baba. Todos me hicieron sitio y entonces tuvimos una charla. Alguien me hizo una foto que aún conservo. Parezco una Mona Lisa de sexo masculino, con los ojos llenos de luz y una sonrisa que parece ocultar un secreto.
Baba me sugirió que consiguiera una fotografía de su guru y que meditara frente a ella. Decidí no hacerlo así. En vez de eso cogí un librito en que descubrí que estaban escritas todas las cosas que yo había experimentado.
Aunque por lo general tengo un nivel de energía elevado, en los tres meses que siguieron ese nivel fue incluso superior, por lo que necesité dormir muy poco. Estaba lleno hasta rebosar con una conciencia del amor que no se parecía en absoluto a nada de lo que yo hubiera experimentado con anterioridad. El poder de esta experiencia me hizo mirar de una forma nueva a todo lo que yo llamaba real, porque había percibido en un destello que la realidad no se limita de ningún modo al plano físico. Fue un paso fundamental hacia una formulación diferente de todas mis ideas sobre Dios y la espiritualidad. Aunque no lo sabía entonces, esta experiencia me preparó para mi encuentro un año después con el Curso de Milagros. Pero mientras tanto, seguía luchando”. (4)
Hasta el próximo día.