LA EXPERIENCIA DEL SER

28 de noviembre de 2024

 

 

Existe en nosotros un nivel en el cual hay una ausencia total de deseos. En el que todo sucede sin esfuerzo. En ese estado, el pensamiento se vuelve poderoso y se convierte en fuente de manifestación. Sucede cuando la persona se ha hecho consciente de su Unidad con la Presencia y con toda la vida.

Son los altos niveles espirituales. El ser humano que los experimenta busca afanosamente permanecer en ellos, pues el gozo y el éxtasis, la alegría perpetua y un amor incondicional son el sello indeleble de estos estados del Ser.

El doctor David R. Hawkins entró en esa fase, la última frontera antes de regresar plenamente a Dios. Había practicado durante tres años y medio la entrega continuada de pensamientos, sentimientos, emociones…, de todo lo que puede bloquear el luminoso sendero que conduce a la Luz total. Él mismo comparte con nosotros lo que le aconteció:

“Era un frío día de invierno. La entrega había sido continua durante once días en un nivel de conciencia nunca alcanzado antes, ni siquiera durante el psicoanálisis. Tenía que ver con la base misma de la supervivencia del ego y su identificación como individuo. Guardaba relación con cómo experimentamos nuestra propia existencia y con el deseo de experimentar el propio ser.

A medida que pasaban los días, el proceso parecía no tener fin. Me surgió una duda: «¿estaba intentando lo imposible?» Quedó claro que el propósito de la propia duda era un mecanismo de defensa; la abandoné y la entrega continuó a gran profundidad.

Más tarde, ese mismo frío y lluvioso domingo, entré en un restaurante, me senté solo en la mesa y, de repente, el mundo se transformó milagrosamente. Se produjo una profunda sensación de paz y quietud interior, mayor que cualquier cosa imaginable. La experiencia estaba más allá del tiempo. De hecho, el tiempo no tenía significado alguno, y el espacio tampoco existía tal como solemos experimentarlo. Todas las cosas estaban conectadas. Solo había una vida expresándose como un único Ser a través de todos los seres vivos. No sentía ninguna identificación con el cuerpo ni interés por él. En la sala tampoco había ningún cuerpo más interesante que otro. Todas las emociones y acontecimientos estaban interconectados, y todos los fenómenos se producían porque cada cosa manifestaba espontáneamente su naturaleza interior, como si el movimiento y el crecimiento fueran el desarrollo espontáneo del potencial. […] Era obvio que el Ser real era invisible —sin principio ni fin— y solamente se había producido una identificación transitoria con el cuerpo y la historia individual.

Parecía muy extraño que antes uno pudiera haber pensado que era un cuerpo aislado y separado de los demás, con un comienzo limitado y un final. La idea parecía absurda. Ya no había ninguna sensación de “yo” separado y el pronombre “yo” desapareció y dejó de tener sentido. […] El verdadero estado de ser estaba fuera del tiempo. El tiempo que el cuerpo había estado en la Tierra parecía una fracción de segundo durante la cual la verdadera identidad atemporal había sido olvidada, debido a que uno había sido cegado por el pequeño yo. Entonces se reveló cómo había sucedido: se había expresado el pensamiento de experimentar una existencia separada y esta expresión se había manifestado como una personalidad individual, con una identidad individual y un cuerpo físico que la acompañaba.

[…] “Dado que todo era perfecto, no había nada que querer, nada que desear, nada que crear y nada en lo que convertirse. Solo había Eso, la esencia de Ser de la que surge la existencia. Era la fuente de la existencia pero, curiosamente, no su causa.

Sentí una profunda familiaridad con la conciencia. Era como si uno siempre la hubiera conocido, como si uno estuviera por fin en casa. No se presentaron emociones ni sentimientos. […] Aunque parecían seguir produciéndose, ya no eran personales ni causa de preocupación.


A modo de experimento, mantuve un pensamiento durante una fracción de segundo para ver qué pasaba. Casi al instante se produjo un efecto en el mundo físico. El pensamiento de “mantequilla” o “café”, por ejemplo, dio lugar a que el camarero viniera de inmediato con los artículos y, sin embargo, no había pronunciado ni una palabra. Las palabras no parecían ser necesarias. La comunicación se producía con cualquiera al nivel del silencio”.

Me complace haber reproducido aquí estos fragmentos, ciertamente un tesoro espiritual y una guía imprescindible para los aspirantes a sentir esa Unión total con la Presencia.

Un afectuoso abrazo.

Hasta el próximo día.

 

 


    1. Hawkins, David R., Dejar ir. El camino de la liberación. Ed. El Grano de Mostaza. Barcelona, 2015, págs. 186,187.
Scroll al inicio