7 de julio de 2025

En nuestro interior —no me cabe la menor duda— residen la Gracia y la Gloria del Cielo. Cuando descubrimos esa realidad que somos, nuestra vida se torna una luz radiante. El mundo se vuelve esplendoroso. Y todo lo que entra en contacto con nosotros se armoniza y se sana.
David R. Hawkins, un psiquiatra y maestro espiritual del más alto nivel, había tenido una experiencia de iluminación cuando contaba 38 años, postrado en una cama, a punto de morir. Era un ateo convencido. Y aunque su cuerpo se hallaba en una condición deplorable, lo que más le preocupaba era el estado de su alma, absolutamente hundida en la angustia y la desesperación.
Entonces, un ruego callado surgió en su interior:
Si existe un Dios, le pido que me ayude ahora.
Se rindió a lo que pudiera haber y se quedó dormido. Al despertar, una profunda transformación se había producido en él:
La persona que yo había sido ya no existía. Ya no había un yo o un ego personal, solo una Presencia Infinita de un poder ilimitado…, afirma el doctor Hawkins.
Ese estado de paz profunda persistió a lo largo de los años. La voluntad personal había desaparecido. La fama, el éxito, el dinero ya no eran importantes para él. Ni nada de lo que el mundo pudiera ofrecer. En tal situación, no podía funcionar de forma eficaz en el mundo, y dejó su consulta en la clínica. Tiempo después, el consultorio volvió a abrirse como por sí mismo. Llegaba gente de todos los Estados Unidos.
La fuerza de la Presencia creció con el paso de los años. El cuerpo atravesó por varias fases de transformación. Dolencias crónicas que había padecido desaparecieron. Desde ese nivel de conciencia, la visión del mundo era verdaderamente excepcional.
La sincronicidad y lo milagroso se convirtieron en algo habitual en su vida. El “yo” personal perdió su protagonismo; pasó a un segundo plano y su lugar fue ocupado por la Presencia, omniabarcante e infinitamente amorosa.
Solía, el doctor Hawkins, meditar una hora por la mañana y otra por la noche, pero abandonó estas prácticas porque lo llevaban a un estado de éxtasis que dificultaba su funcionamiento en el mundo.
En esa Presencia luminosa que irradiaba desde el doctor, la gente sentía una inmensa paz. Numerosos buscadores fueron atraídos hacia él. Las respuestas a las preguntas que le formulaban surgían desde el propio Ser de los buscadores, llenas de sabiduría y perfección.
A veces, cuando se encontraba ante alguna forma de sufrimiento, sentía brotar, desde su corazón, una energía profundamente amorosa hacia aquel escenario. Un día, conduciendo por la autopista, esta energía dulcísima comenzó a brillar en el centro de su pecho, y algo más adelante se topó, el doctor, con un vehículo que acababa de tener un accidente. La energía envolvió intensamente a los ocupantes y después se detuvo.
En otra ocasión, iba caminando por la calle cuando de repente, aquella energía se activó en dirección a la siguiente manzana y se detuvo frente a dos pandillas de adolescentes que estaban a punto de comenzar una pelea. Los muchachos se miraron, se echaron a reír y se alejaron unos de otros.
A medida que fue pasando el tiempo, el yo limitado se fue disolviendo en el Yo universal; la sensación de haber vuelto a casa se acentuó en él y trajo consigo una dicha inefable, de completa paz y ausencia total de sufrimiento. En aquel estado, comprendió David Hawkins que el origen del padecimiento humano está en la falsa creencia de que estamos separados unos de otros, de que somos seres individuales; mas cuando uno comprende que forma parte de toda la existencia por toda la Eternidad, ya no es posible sufrir.
Iban a visitarlo pacientes de todos los lugares del mundo. Los más desesperados de los desesperados, decía él. Llegaban envueltos en sábanas húmedas, con los cuerpos contorsionados, en busca de un tratamiento para enfermedades mentales graves e incurables. Pero más allá de esta apariencia lisiada, en cada uno de ellos brillaba la luz de la Presencia, con toda su belleza y esplendor, oculta ciertamente a la mirada corriente, tanto que algunos de estos enfermos sentían que nadie los amaba en el mundo.
Un día le trajeron a una mujer en estado catatónico, envuelta en una camisa de fuerza. No podía hablar; emitía sonidos guturales. Tenía el cabello enmarañado y yacía en el suelo, pues no se podía tener en pie. El doctor Hawkins la miró y una pregunta silenciosa surgió en su interior: “¿Qué quieres hacer con ella, Dios? La respuesta brotó claramente des su Ser: lo único que aquella mujer necesitaba era que la amaran. Nada más. La esencia amorosa que irradiaba desde el doctor conectó con el Yo interior de la paciente, y en aquel momento se curó, al darse cuenta de quién era realmente. Lo que pudiera ocurrirle a su mente o a su cuerpo ya no le importaba.
El doctor Hawkins vivió experiencias semejantes en múltiples ocasiones. Cuando el enfermo descubría quién era en realidad, un ser amado y eterno, recuperaba la paz y entonces se curaba. La sanación no siempre se reflejaba en el cuerpo, pero a la persona ya no le importaba.
Este fenómeno era posible porque la Presencia, infinitamente compasiva, reinterpretaba la realidad del paciente, de modo que este conectaba con su verdadera naturaleza y comprendía…
El Amor tenía la capacidad de transformar el mundo sustituyendo al no amor. Cada vez que el Amor con su poder arrollador se concentraba en un punto concreto, surgían nuevos caminos, otras posibilidades para la Tierra, y así era posible cambiar el rumbo de la civilización.
Estamos llamados a vivir estas experiencias sublimes, y otras muchas cuya excelsitud no puede ser descrita con palabras. Todos nosotros. Tú eliges en qué momento de tu vida comienzas el cambio, abandonas lo que representa una carga para el alma (los resentimientos, la ira, enfados, miedos, dudas…), y abrazas la Verdad que eres, el infinito Amor, la Belleza y la Luz.
Nos encontraremos por el camino.
Hasta el próximo día.
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Nota autobiográfica del doctor David R. Hawkins en Dejar ir. Edit. El Grano de Mostaza, Barcelona, 2015. Pág. 321 y ss.
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