“La salud es ese estado en el que nos experimentamos a nosotros mismos como amor y como seres que comparten el amor”. (Gerald G. Jampolsky)
El amor existe. Y creo, sinceramente, que está al alcance de todos.
Hay actitudes que pueden ocultarlo, mas no hacerlo desaparecer.
Cuando entramos en discusión con otra persona, estamos empleando, sin ser conscientes, la energía de la guerra y contribuyendo a ella, aunque se encuentre a dos mil kilómetros de nuestro hogar.
Cuando caemos en la crítica y enjuiciamos o atacamos a otros con nuestras palabras (o nuestros pensamientos), estamos usando la energía del conflicto y alimentándolo en el mundo, pese a que no nos demos cuenta.
El amor continúa estando en el interior de los litigantes, pero tan oculto e ignorado que ya no pueden percibirlo.
Todos hemos caído en estas conductas a lo largo de nuestra vida. Pero pueden ser revertidas. No necesitamos reaccionar de una manera visceral a los estímulos del mundo; al hecho de que alguien nos lleve la contraria o a la inevitable verdad de que no podemos controlarlo todo.
No precisamos en absoluto sostener pensamientos hostiles o constante desaprobación hacia otras personas o hacia la vida.
Hay un indescriptible poder en una actitud de paz. Reaccionar con mansedumbre no significa, de ningún modo, dejarse avasallar o perder oportunidades, sino al contrario: es un estado de conciencia sosegado, donde la vida se contempla con una serenidad profunda. Y ese estado, que es contagioso, se extiende en todas direcciones, afectando positivamente las relaciones humanas.
Las soluciones surgen con facilidad en una mente en paz. Cualquier situación que la vida nos presente puede ser resuelta de forma pacífica. No es necesario llegar a la lucha o al ataque. Ni albergar deseos dañinos para nadie. Aunque el ego nos susurre al oído que esa persona lo merece.
La paz, la mansedumbre, permanecen en nuestro interior. Nos pertenecen. Podemos acceder a ellas en cualquier momento.
Cuando descansamos en esa conciencia pacífica, la vida en nosotros se va armonizando. Un sentimiento de amor, cada vez más intenso, brota en el centro del pecho e irradia en todas direcciones. Te enamoras de la gente porque ves lo radiante y bella que es cada persona; percibes el brillo de su alma.
Y un deseo constante de bien para el mundo permanece en todo momento en ti.