Quiero compartir contigo, querido lector, una historia de perdón extraordinaria. Immaculée Ilibagiza es una mujer tutsi. Protagonizó una experiencia que me llegó al corazón y me hizo comprender qué es, en verdad, la misericordia.
Había nacido en Ruanda y sobrevivido al genocidio que los hutus perpetraron contra su tribu entre abril y julio de 1994. Tratando de salvar su vida, se refugió en un lavabo con otras siete mujeres. Allí permaneció durante noventa días, en un espacio de 1,3 metros cuadrados, sin poderse mover, sin cambiarse de ropa ni comer —apenas ingirió algún líquido; cuando abandonó el lugar pesaba 29 kilos—; sin salir a respirar aire fresco. Ni siquiera podía hablar con sus compañeras por temor a que las descubrieran.
Los hutus mataban con sus machetes, hachas, lanzas… En varias ocasiones, tras registrar la casa de Murinzi, un pastor protestante que las había ocultado, estuvieron los agresores a punto de entrar en el baño, pero no lo hicieron. Immaculée se sentía aterrorizada. El miedo producía un dolor insoportable en su cuerpo y se preguntaba dónde le asestaría su verdugo el golpe mortal con el machete cuando la encontrara.
En medio de esta situación, recordó que aún conservaba el rosario que su padre le entregara. Lo tomó en sus manos y comenzó a rezar hora tras hora. Le pedía a Dios que no la dejara morir en aquel lugar. En los días posteriores se operó en ella un profundo cambio. El odio que sentía por los que habían matado a hachazos a sus padres, hermanos, primos, amigos…; el rencor hacia los que habían destruido su hogar y todo cuanto que amaba se tornó en amor. Y pudo perdonar. Comenzó a orar por los asesinos. No volvió a sentir miedo. Al fin había encontrado a Dios dentro de sí misma.
Esta mujer excepcional ha dedicado su vida a ofrecer conferencias en muchos países, a las que acuden miles de personas, y donde enseña que en el corazón humano hay bondad, y que la paz aún es posible para el mundo.
Me impresionó tanto conocer esta historia, me pareció algo tan extraordinariamente heroico y bello que comprendí que el perdón siempre es viable. En cualquier situación. Basta con una decisión tomada desde la conciencia y el milagro se obrará: el sufrimiento y el conflicto desaparecen cuando perdonamos.
El acto de perdonar poco tiene que ver con alguien externo a nosotros mismos. Es algo que sucede en el interior y transforma la vida. Perdonar es recuperar la paz. El perdón deshace la culpa. La conciencia recobra su sentido de inocencia y ese estado de sosiego, de armonía con uno mismo, aporta salud al cuerpo. Y a la mente.
Immaculée Ilibagiza puso en práctica el principio cristiano del perdón. Se abandonó en manos de Dios y esto la salvó de su propio infierno de odio. Honradamente creo que no es posible ser feliz cuando el corazón está atenazado por resentimientos. Es una situación que va llevando a la persona hasta la enfermedad y la muerte. Algún caso he conocido. […]
Entre todos podríamos aprender la práctica diaria del perdón para que nada que no sea de Dios se acumule en nosotros, en nuestra mente, en nuestros sentimientos… Podemos ayudarnos unos a otros a crear un mundo de paz en el que nos cuidemos mutuamente, y disculpemos los pequeños o grandes errores que todos, absolutamente todos, cometemos en algún momento de nuestras vidas. Echar la vista atrás para recuperar viejos rencores nos hace daño y nos aleja de los demás.
El mundo puede convertirse en un lugar maravilloso, de mansedumbre y concordia, o en una tierra hostil; depende de la elección que hagamos. Pero siempre que albergo alguna duda al respecto, recuerdo las palabras de Immaculée Ilibagiza parafraseando a Ana Frank: “Sigo creyendo en lo profundo de mi corazón que la gente es buena en lo profundo de su corazón”.
- Mahendra Tevar, Jesucristo, Maestro de la Luz. Historias de la India. Ed. Vía Directa Ediciones. Abril, 2023. Cap 2