8 de septiembre de 2025

El doctor Jampolsky había sido educado, en sus largos años de estudio, para creer que la curación del paciente se producía siguiendo únicamente las pautas del médico, y que al enfermo no le era posible ayudarse a sí mismo, pues le faltaban conocimientos y experiencia.
También pensaba que la bondad, la empatía y el amor son buenas actitudes pero innecesarias para la sanación, y que nada tenían que ver con el ejercicio de la medicina ni con la salud.
Con el tiempo fundó el “Centro de Sanación de la Actitud”, en California. Señala Jampolsky que los bloqueos que uno experimenta en su propia vida no son más que actitudes que necesitan ser sanadas a través del amor. Había descubierto que las posibilidades de libertad, de felicidad y paz de un ser humano son ilimitadas.
Este hombre extraordinario menciona algunos de los principios que sostiene la física cuántica y que coinciden plenamente con lo que místicos y ascetas han sabido siempre:
“No existe ningún lugar que no se pueda alcanzar con las fuerzas conjuntas de la mente, pues cuando esas fuerzas se unen hacen que el pensamiento desborde de amor. […]
No tenemos que poner límites a nuestra salud o nuestra felicidad porque nuestro médico, nuestros padres, nuestros amigos, los medios de comunicación o la sociedad nos hayan repetido que siempre habrá cosas que no podremos cambiar. La persona que se compromete en la sanación de la actitud no aconseja la aceptación del dolor o la muerte, ni el compromiso con la miseria en cualquiera de sus formas, porque todo el mundo puede escuchar calladamente su guía interno que le enseñará su camino hacia la libertad. Para el amor no hay ningún lugar que sea inaccesible ni existe ninguna persona a la que no pueda dar paz y descanso. Pasamos una buena cantidad de tiempo en el Centro recordándonos que nada es imposible”. (1)
Un significativo ejemplo de estas certezas es el caso de Colleen Mulvihill, una joven de 23 años que estudiaba en una universidad del norte de California.
Colleen, que era muy atractiva, hacía de vez en cuando pases de modelos. Trabajaba también en una escuela para niños con dificultades neurológicas y académicas, además de en algún otro empleo a tiempo parcial.
Colleen estaba, en esa época, legalmente ciega, debido a un problema de nacimiento llamado fibroplastia retrolental, el cual suele llegar a producir ceguera o a limitar mucho la visión.
Cuando Colleen nació a los niños prematuros se les colocaba en tanques de oxígeno a alta presión. Este fue el motivo de que ella quedara ciega. Alguien que ha pasado por esta situación es muy probable que sienta un profundo resentimiento e ira hacia el mundo. Esto era lo que esta joven experimentaba, además de fuertes dolores que conlleva esta enfermedad.
En cierto momento de su vida consideró que, además del diagnóstico médico tradicional, existían otros puntos de vista terapéuticos y la informaron de que el cuerpo refleja las creencias de la mente. Por aquella época comenzó a visitar a Jampolsky, quien la introdujo al estudio de la obra Un curso de Milagros y la presentó al grupo de adultos del Centro que él regentaba. Le repitió una y otra vez que la mente no tiene límites y no hay nada imposible. Le pidió también que desechara los pensamientos negativos; que abandonara las ideas limitadoras de su pasado y no se dejara condicionar por la percepción restringida que le ofrecían sus sentidos físicos.
Un día Colleen le preguntó:
—¿Podré recuperar la vista?
—Todo es posible —contestó Jampolsky.
La joven comenzó a considerar que nuestra percepción de la realidad depende de los pensamientos que tenemos en la mente. Empezó a sostener pensamientos positivos y a imaginar que había recuperado la vista. Sostuvo esta visualización diariamente. Activó también los principios espirituales que presenta Un Curso de Milagros, de manera que buscar la paz de Dios, permanecer en esa paz, practicar el perdón y dejar que la voz interior la guiara se convirtieron en los pilares de su vida. Decidió perdonar a Dios y al mundo por su ceguera. La agonía y la amargura que la habían acompañado a lo largo de los años se fueron disipando y un sentimiento de paz creciente vino a ocupar su lugar. Entonces, sus dolores de cabeza y de cuello disminuyeron.
Paulatinamente fue dándose un cambio en la manera como se percibía:
—Era como si mi actitud sobre mí misma empezara a cambiar —comentó Colleen—. En vez de seguir tratándome a mí misma como ciega, empecé a pensar en mí como una persona normal.
En 1978 comenzó a recuperar parte de la vista. De día podía ver por dónde iba, y su oftalmólogo le dijo que era legalmente vidente durante el día pero por la noche continuaba siendo legalmente ciega. El doctor admitió que estaba muy impresionado con el caso de Colleen, pues nunca había visto a ninguna persona, en aquella situación, disfrutar de semejante mejoría.
Jampolsky concluye esta experiencia comentando que:
Colleen siguió en la universidad para prepararse para ser útil a otras personas enfermas. Está fundamentalmente interesada en el enfoque holístico de la salud, en el que se trata a la persona en su conjunto y no solamente al órgano enfermo. Ha ayudado a una buena cantidad de personas en nuestro Centro y en otras ciudades y ha trabajado activamente en nuestra red telefónica ayudando a ciegos en todos los Estados Unidos.
Hace unos días me llamó para invitarme a dar un paseo en coche. Cuando le pregunté qué quería decir con eso, me dijo que había obtenido el permiso de conducir en dos estados y que ya no era legalmente ciega ni de día ni de noche. Quiero que sepan que mi paseo en coche con Colleen fue el más feliz que he dado en mi vida, aunque lloré”. (2)
Un afectuoso abrazo.
Hasta el próximo día.
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Jampolsky, Gerald G., Enseña solo amor. Ed. Los Libros del Comienzo. Madrid. 1993, págs. 68, 69.
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Gerald Jampolsky relata esta historia en la obra citada, págs. 91 a 95.