27 de mayo de 2025

Elisabeth Kúbler Ross, una psiquiatra suiza afincada en estados Unidos, nos habla del tránsito a la otra vida. Y es conmovedor leer su testimonio, que nos recuerda que somos los dueños absolutos de nuestro camino, y responsables de cuanto nos sucede.
Cada decisión que tomamos activa algo en nuestra vida, abre un nuevo sendero. Y cada pensamiento que tenemos crea forma, es decir, produce algún efecto en el mundo.
Hay que poner consciencia en a qué damos entrada en nuestra mente, y en las decisiones que tomamos. Vamos a asegurarnos de que nos apoyan a nosotros y a los demás; de que favorecen el mayor bien para todos. Porque cada pensamiento que se tiene de no amor, deja un rastro de culpa en la persona, y el ego se agarra a ello para amargarle la existencia. No le demos esa oportunidad.
La doctora Ross pasó muchos años de su vida al lado de enfermos crónicos, junto al lecho de personas moribundas. Su testimonio desvela de qué manera el alma pasa a otra existencia, la que nos aguarda a todos, y en la que somos abrazados por un amor incondicional, por una paz profunda, absoluta y luminosa, que no es posible experimentar en la Tierra.
Y nos detalla las etapas de ese tránsito, a través de testimonios de personas que están acabando su ciclo de vida o han tenido experiencias cercanas a la muerte (ECM), sumamente interesantes y esclarecedoras:
“[…] Está probado que cada ser viene acompañado por seres espirituales desde su nacimiento hasta su muerte. Cada ser humano tiene tales guías, lo creáis o no, y el que seáis judío, católico, o no tengáis ninguna religión no tiene ninguna importancia. Pues este amor es incondicional y es por eso que cada hombre recibe el regalo de un guía…
En general sois esperados por la persona a la que más amáis. Siempre la encontraréis en primer lugar. En el caso de los niños pequeños, de dos o tres años por ejemplo, cuyos abuelos, padres y otros miembros de la familia aún están con vida, es su ángel de la guarda personal quien generalmente los acoge; o bien son recibidos por Jesús u otro personaje religioso… Son esperados en el otro lado por aquellos que tuvieron para ellos la mayor importancia.
[…] Después de haber reencontrado a aquellos a los que más se ama, se toma conciencia de que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida. Se han abandonado las formas físicas terrenales porque ya no se las necesita, y antes de dejar nuestro cuerpo para tomar la forma que se tendrá en la eternidad, se pasa por una fase de transición totalmente marcada por factores culturales terrestres. Puede tratarse de un pasaje de un túnel o de un pórtico o de la travesía de un puente. Como yo soy de origen suizo pude atravesar una cima alpina llena de flores silvestres. Cada uno tiene el espacio celestial que se imagina, y para mí evidentemente el cielo es Suiza, con sus montañas y flores…
Luego, cuando habéis realizado este pasaje, una luz brilla al final. Y esa luz es más blanca, es de una claridad absoluta, y a medida que os aproximáis a esa luz, os sentís llenos del Amor más grande, indescriptible e incondicional, que os podáis imaginar. No hay palabras para describirlo.
Cuando alguien tiene una experiencia del umbral de la muerte, puede mirar esta luz sólo muy brevemente. Es necesario que vuelva rápidamente a la Tierra, pero cuando uno muere, quiero decir morir definitivamente… ya no es posible volver al cuerpo terrestre, aunque de cualquier manera, cuando se ha visto la luz, ya no se quiere volver. Frente a esta luz, os dais cuenta por primera vez de lo que el hombre hubiera podido ser. Vivís la comprensión sin juicio, vivís un amor incondicional, indescriptible. Y en esta Presencia, que muchos llaman Cristo o Dios, Amor o Luz, os dais cuenta de que toda vuestra vida aquí abajo no es más que una escuela en la que debéis aprender ciertas cosas y pasar ciertos exámenes. Cuando habéis terminado el programa y lo habéis aprobado, entonces podéis entrar.
En esa Luz, en presencia de Dios, de Cristo, o cualquiera que sea el nombre con que se le denomine, debéis mirar toda vuestra vida terrestre, desde el primero al último día de la muerte… En el momento en que contempléis una vez más toda vuestra vida, interpretaréis todas las consecuencias que han resultado de cada uno de vuestros pensamientos, de cada una de vuestras palabras y de cada uno de vuestros actos.
Dios es amor incondicional. Después de esta “revisión” de vuestra vida, no será a Él a quien vosotros haréis responsable de vuestro destino. Os daréis cuenta de que erais vosotros mismos vuestros peores enemigos, puesto que ahora debéis de reprocharos el haber dejado pasar tantas ocasiones para crecer. Ahora sabéis que cuando vuestra casa ardió, que cuando vuestro hijo murió, que cuando vuestro marido fue herido, o cuando tuvisteis un ataque de apoplejía, todos estos golpes de la suerte representaron posibilidades para enriquecerse, para crecer…” (1)
Hay algo que cada uno debe aprender antes de poder volver al lugar de donde vino, y es el amor incondicional. Cuando lo aprendáis y lo practiquéis, habréis aprobado el más importante de los exámenes”. (2)
Quiero recordar siempre que no pertenezco a este mundo, aunque estoy en él. Que nuestro Creador sigue esperándonos en nuestro verdadero hogar, donde siempre somos bien recibidos y eternamente amados; donde no existen ni el dolor ni la muerte, ninguna clase de sufrimiento; donde la dicha es perpetua.
Un afectuoso abrazo.
Hasta el próximo día.
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Kübler Ross, Elisabeth, La muerte: un amanecer. Ed. Luciérnaga. Barcelona, 1994. Pág. 26 y ss.
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Ibid., pág. 30
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