UN ACERCAMIENTO AMOROSO A LA VIDA

14 de octubre de 2024

 

 El mundo necesita paz. Es obvio. Pero esa paz comienza en cada uno de nosotros.

Quiero compartir hoy con vosotr@s, amig@s, algunas consideraciones sobre el amor y la vida. 

Sé que cada uno de nosotros puede convertirse en un aliado de la paz y del amor en  el mundo. Vinimos a eso. Aunque muchos lo han olvidado. En las bellas palabras de Gerald Jamolsky:

     “[…] Estamos en la Tierra para ser un canal de las bendiciones de Dios, para centrarnos únicamente en el amor y poder ser de este modo útiles a los demás”. (1)

En este periplo que se llama “vida”, a todos nos suceden muchas cosas. Algunas nos hacen padecer. Pero podemos ver cualquier circunstancia con otros ojos. Aunque en ocasiones sea difícil. Mucho. En tales momentos solicito siempre ayuda de lo alto, pues tengo claro que hay tesituras de las que no se sale airoso si no es agarrado de la mano de Dios.

Hemos venido para ser felices. Inmensamente felices. Es lo que Dios quiere para nosotros. Cuando atravieso por situaciones dolorosas, que me quitan la paz, pido el apoyo del Cielo, para que mi percepción de los hechos sea transformada y el dolor desaparezca, porque:   

     “[…] Quedarnos en el dolor es ser “condescendientes” con el falso yo, pues al final, solo este puede sufrir. El Ser que somos no puede sufrir pérdidas ni experimentar ningún tipo de sufrimiento”. (2)

El Amor de Dios, que nos creó, habita en todos los corazones. Toda la Creación desprende un brillo y una belleza indescriptibles cuando se contempla con Su mirada. Y sé, con cada fibra de mi ser, que la felicidad no nos ha abandonado. Sigue en nosotros. Para siempre. Absolutamente accesible. Quiero recordar esta Verdad a través Gerald Jampolsky, Jerry, como a él le gusta que le llamen:    

     “[…]   Recordémonos frecuente y plácidamente que nuestro espíritu verdadero contiene sólo pensamientos de Dios, pensamientos de paz y de amor. Cuando nos sorprendamos manejando pensamientos de otro tipo, tomemos conciencia de que sólo son creación nuestra y  por consiguiente podemos liberarnos de ellos en cuanto así lo decidamos. Para esto no hay necesidad de lucha, sino sólo de reconocer que más vale ser feliz que estar en lo cierto. Son esos otros pensamientos, esos juicios y esas justificaciones los que nos llevan a creer que lo que nos dicen nuestros sentidos físicos tiene algún significado. Esos pensamientos construyen a nuestro alrededor un mundo en que la muerte es nuestro destino, un mundo lleno de desesperación, un mundo en que estamos constantemente en peligro de ser atacados o abandonados, un mundo en el que estamos separados los unos de los otros y todos de Dios. Pero un mundo de ese tipo no es real.

     Decidamos perdonar al mundo, perdonar a nuestros cuerpos y a todos los que vemos. Vivamos en el mundo real del amor de Dios y dejemos que nuestra luz interna alumbre todo con un resplandor de gloria. Sintamos la alegría que surge tras el abandono de nuestros miedos, de nuestras culpas, de nuestros dolores y nuestras amargas desesperanzas. Guardemos silencio durante unos instantes y experimentemos la proximidad de Dios. Sepamos que nos ama con un amor infinito e ilimitado. Serenémosnos unos momentos y permitamos que Dios venga a nosotros y nos transporte al centro de su corazón. Tengamos desde ahora mismo amor, felicidad y certidumbre. Dejemos que las cosas que no tienen importancia dejen de tener importancia para siempre. Y dejemos que el antiguo recuerdo de quiénes somos, de lo que somos y de dónde estamos se eleve en nuestros corazones hasta que este mundo de dolor llegue a su fin.

     Que la paz esté con todos nosotros”. (3)

Os invito, apreciad@s amig@s, a que apartemos la mirada de la pantalla, cerremos los ojos por unos minutos y nos permitamos descansar en la paz de Dios. Y en su Amor.

Hasta el próximo día.

 


  1. Jampolsky, Gerald G., Enseña solo amor. Ed. Los Libros del Comienzo. Madrid. 1993. Epílogo.

  2. Wynn, Rosa María, El aprendiz impecable. Ed. El Grano de Mostaza, Barcelona, 2011. Pág. 29.

  3. Jampolsky, Gerald, G. ibid., pág. 184.

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