24 de marzo de 2025

La mayoría de la gente responde agriamente cuando es tratada con acritud; hostilmente si se le ha hablado con hostilidad, y reacciona con enojo ante una actitud de enfado por parte de otra persona. Y así, estamos siempre en el efecto de las situaciones y sufriendo sus consecuencias: las descargas de adrenalina y cortisol, el aumento en la presión arterial, la aceleración del corazón… Pero hay otra manera de reaccionar que mantiene la salud y apoya la vida.
La animadversión o enemistad es un indicativo de que la persona está alejada de su propia paz interior. Es su manera inconsciente de pedir “socorro”, de mostrar que necesita ayuda. En ese momento podemos decidir reaccionar con la misma actitud agresiva y deshumanizada. O elegir la paz y enviarle una bendición silenciosa.
La primera opción solo avivará el conflicto. La segunda se convertirá en un apacible resplandor en la vida del otro y en nuestra propia vida. Podemos elegir experimentar amor en lugar de enojo. Y ser buscadores de la luz y del amor en vez de buscadores de defectos.
Jampolsky nos ofrece sus acertadas reflexiones:
“El ego mira al perdón de modo ambivalente. El consejo que suele darnos es que “perdonemos pero no olvidemos”. Es un mensaje doble que afirma: “No perdones completamente, no olvides el pasado o serás vulnerable”. La falta de perdón es la razón de ser del ego. Continúa justificando el que hagamos juicios condenatorios porque su supervivencia depende de que tengamos una creencia más firme en la realidad de la culpa que en la del perdón… (1)
En el nivel superficial de mi ego, sigue llegando a mis oídos el murmullo de las dudas y las incertidumbres, pero en el fondo de mi corazón sé que el amor de Dios es la respuesta a todos los problemas. Cuando me permito experimentar el amor de Dios —y le devuelvo su amor incondicional— estoy sano y en paz. Cuando experimento el miedo, estoy enfermo, acosado por las dudas, las incertidumbres y las preocupaciones; y no me siento ni amado ni amante.
Tras buscar y buscar en muchas direcciones y lugares diferentes, resulta tranquilizador descubrir finalmente cuál es mi fin y cómo alcanzarlo. Todos los días me tropiezo; de vez en cuando me caigo y de vez en cuando me parece estar caminando hacia atrás, pero sé que no durará demasiado. Aunque mi práctica espiritual está muy lejos de ser consistente, sé que Dios está dirigiendo mi vida y sé que la paz de Dios es mi objetivo.
Cada vez que caigo en la tentación de hacer un juicio condenatorio, desaparece la paz de mi espíritu. Si puedo resistir la tentación de juzgar a los demás, entonces puedo verlos como maestros del perdón en mi vida y me recuerdan que sólo puedo experimentar una paz completa cuando perdono en vez de juzgar… (2)
El Cielo no es un lugar sino un estado mental. Es la experiencia de la Unidad de cada uno de nosotros con Dios, la experiencia de una paz, alegría y amor sin límites. Para muchos de nosotros, llegar a experimentar ese estado mental durante un simple segundo requiere un cambio en la percepción que, en principio, puede parecer difícil de realizar. Por otra parte, “difícil” es una palabra que se basa en nuestras creencias pasadas de que hay límites a nuestra capacidad de aprendizaje. No es necesario que volvamos a vivir el pasado y sus dificultades… Podemos elegir en este preciso instante tener durante ese único segundo el Cielo en la Tierra.
Cuando nuestra mente está serena y completamente en paz, podemos sentir una alegría sin límites, una alegría por encima de todo lo que podamos imaginar… Cuando sabemos con certeza que nuestro estado natural es el amor, también sabemos que nada puede amenazarnos ni dañarnos. Estos atributos irradian entonces espontáneamente desde nosotros…
Por otra parte, cuando no estamos seguros y tenemos dudas sobre quiénes y qué somos, el miedo y la culpa bloquean la expresión de estas emociones felices y alegres.
El perdón auténtico es el puente que cruzamos para liberarnos de la culpa y del miedo y que nos permite vivir el Cielo en la Tierra…
Sólo podemos hacer y sufrir daño si creemos que nuestra realidad está más identificada con el cuerpo que con el espíritu. Cuando nos identificamos con la auténtica realidad de nuestra luz y de la luz de los demás, el perdón nos libera de cualquier daño que creamos que alguien nos ha hecho o de cualquier daño que pensemos que hemos hecho. (3)
Quisiera hoy despedirme de vosotr@s con las sugerencias de Jampolsky para empezar el día. Son extraordinariamente bellas y efectivas. Os animo a practicarlas:
- Cuando despiertes por la mañana, recuérdate que la paz del espíritu, la paz de Dios, es el único objetivo de hoy.
- Con ese fin, abandona cualquier pensamiento negativo de miedo o culpa que hayas descubierto al despertar.
- Cierra los ojos e imagina los rayos del sol como el amor de Dios dirigido como un haz de luz hacia el centro de tu corazón.
- Siente ahora la luz del amor que se extiende desde tu corazón irradiando a través de tu cuerpo.
- Experimenta la luz que se extiende desde ti y que se funde con todos los seres vivientes sin excepción.
- Recuerda que la voluntad de Dios para el día de hoy es la felicidad perfecta. Con una sonrisa en tu cara y en tu corazón, sal al mundo y extiende tu felicidad, y no permitas que otras personas o acontecimientos exteriores te hagan feliz o desdichado.
- Y ahora, deja que esta práctica sea parte de ti manteniéndote en silencio diez minutos.
Un afectuoso abrazo.
Hasta el próximo día.
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Gerald G. Jampolsky, con Patricia Hopkins y Wlliam No. Thetford, ADIÓS A LA CULPA (La magia del perdón), Los libros del comienzo, Madrid, 2000, pág. 53.
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Ibid., págs. 57, 58.
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Ibid., págs.93 y ss.
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