27 de Marzo de 2025

Mi bisabuelo fue juez de paz durante varias décadas. E igualmente, mi abuelo. Mi padre ha sido toda su vida un hombre de paz. Yo misma hace mucho tiempo que elegí estar en el mundo como una presencia de paz. De manera que cuando me descubro manteniendo actitudes o tomando decisiones que me alejan de mi paz interior, le quito las riendas al ego y rectifico. La paz se ha convertido en lo más importante de mi vida.
Como afirma Jampolsky al compartir su vivencia:
“Necesitamos recordarnos que la paz o el conflicto son nuestra elección. Somos plenamente responsables de lo que experimentamos. La paz no llega por casualidad o buena suerte. La paz o el conflicto provienen siempre de una decisión que tomamos, una decisión de poner en nuestras mentes sólo pensamientos amorosos o de mantenernos atados a pensamientos llenos de miedo, de juicios de valor y de ataque…
Hace varios años, una compañía me pidió que formara parte de su junta directiva. Al principio me sentía ambivalente sobre la posibilidad de aceptar su invitación, pero finalmente di mi conformidad.
Unas semanas después asistí a mi primera junta. Cuando me senté y comenzó la lectura del acta de la reunión anterior, me empecé a sentir desbordado y haciendo juicios sobre la situación. A medida que la reunión prosiguió, creció en mí la angustia sobre el tipo de decisiones que se esperaba de los miembros de la junta. Aunque no era entonces consciente de ello, lo cierto es que pasé la mayor parte del tiempo de la reunión buscando fallos en las cosas y en las personas. Y cuando no era crítico, entonces me aburría solemnemente. Cuando llegué por fin a casa por la noche, estaba completamente agotado. (Recientemente me he dado cuenta de que la fatiga y el agotamiento provienen de la energía que gastamos juzgando a los demás y a nosotros mismos).
Al día siguiente, cuando medité sobre el conflicto experimentado durante la reunión, me di cuenta de que a medida que había escuchado la lectura del acta había tomado la decisión de juzgar quién era culpable y quién inocente. Y al tomar la decisión de ser juez, elegí experimentar el conflicto.
Antes de la siguiente reunión de la junta, medité para elegir la paz en vez del conflicto como había hecho anteriormente. Me imaginé que yo era una especie de batería que enviaba energía positiva a todos los que estaban en la sala y tomé la decisión de hacer lo que estuviera a mi alcance para encontrar amor en vez de defectos. Durante la reunión no hice comentarios ni afirmaciones. Simplemente me dediqué a escuchar atentamente lo que allí se decía. Al final de la reunión me sentía en paz. Sabía que ese sentimiento no era una casualidad: yo lo había elegido.
Entonces sucedió algo sorprendente. Antes de marcharme, dos de los miembros de la junta se me acercaron individualmente y me dieron las gracias por los comentarios tan útiles que había hecho aunque, como he dicho hace un momento, no había ni abierto la boca durante toda la reunión. Yo creo que lo que sucedió es que ellos sintieron mi amor y mi apoyo y quisieron agradecerlo de alguna forma, así que me dieron las gracias por mis observaciones sin palabras.
Esta fue para mí una experiencia de aprendizaje muy hermosa. Me demostró una vez más que cuando se da amor incondicional, se experimente la verdad de que las mentes están unidas”. (1)
Una vivencia extraordinariamente bella porque emana de una decisión de amar.
En lugar de sostener actitudes que nos alejan de la paz, podemos elegir vivir en el mundo de una manera inofensiva para todos, de un modo que no daña la vida. Entremos juntos en una resonancia armoniosa, como individuos y como humanidad. 8.500 millones de personas eligiendo estar en el mundo con una consciencia de Amor, manteniendo una relación de profunda ternura y cariño con la Tierra, cuidando unos de otros. Vamos a dar ese paso. Unidos. Nada podrá detenernos. La Verdad que somos nos guiará.
Un afectuoso abrazo.
Hasta el próximo día.
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Gerald G. Jampolsky, con Patricia Hopkins y Wlliam No. Thetford, ADIÓS A LA CULPA (La magia del perdón), Los libros del comienzo, Madrid, 2000, págs. 152 y ss.
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