EL CIELO EN LA TIERRA

20 de enero de 2025

 

En mi interior sé que hay una manera de vivir el Cielo en la Tierra. Tiene que ver con el amor y el perdón. Con el pensamiento sereno y con el deseo sincero de ver la bondad y la luz en los demás.

A todos nos cuesta perdonar a alguien que se ha portado de un modo injusto con nosotros; que nos ha difamado o causado un gran sufrimiento. Pero podemos negarnos a permanecer en el resentimiento o en la ira, sencillamente porque solo nos conducen a un intenso dolor emocional. 

Cuando me hallo en tal situación, procuro recordar la humanidad de la otra persona. Y quitarle yerro al asunto. Reconocer que todos nos equivocamos a veces. Y seguir los consejos de mi propia voz interior que me habla amorosamente y me recuerda mi Unidad y perfecta comunión con cada ser, con toda la vida. En ese momento elijo bendecir a la persona en lugar de permitir que mi cabeza se llene de pensamientos hostiles o críticas calladas. No me interesa ese camino. No lleva a ninguna parte.

Admito que, en ocasiones, me cuesta dar ese paso y tardo en contemplar la situación con los ojos de Dios, que solo ven belleza y armonía allá adonde miran. Pero reclamo Su ayuda y esta llega, siempre revestida de paz, de aceptación y de una comprensión profunda de los hechos.    

La voz interior está en cada uno de nosotros. Procede de nuestro guía interno, que es infinitamente sabio y afectuoso. Nuestra conexión con la Eternidad.   

Jampolsky nos habla de ello con gran belleza, como suele hacerlo:  

     “No tenemos que liberarnos por completo de nuestra ira, culpa y pensamientos sin perdón antes de empezar a oír nuestra voz interna. Es nuestra disposición —aunque sólo sea parcial— a presentar nuestros problemas a nuestro guía interno la que hace posible que nuestras percepciones equivocadas se corrijan. A medida que nos mostramos más dispuestos a escuchar la voz del amor, podemos empezar a reconocer que nuestra misión aquí en la Tierra es ser mensajeros de Dios, que ofrece amor incondicional a todo el mundo. Pero antes de llegar a serlo tenemos que recibir y aceptar el mensaje por nosotros mismos.[…]     

     Hace 10 años, si estuviera leyendo un libro que mencionara unas palabras tales como la luz del mundo, la luz del amor, la luz de Cristo, creo que lo habría dejado a un lado con disgusto y no habría vuelto a abrirlo. Por esta razón también tenía unas ciertas reservas antes de empezar a usar estos términos en este libro, pues pensé que tal vez usted podría tener una reacción similar. Sin embargo, tomar conciencia de que somos la luz del mundo y que esa luz se encuentra bloqueada por nuestra conciencia de culpa y nuestro miedo es una parte esencial de este libro.     

     La luz del amor, la luz de Cristo, puede ser considerada como luz que irradia desde el mismo centro del corazón de Dios. Irradia hacia todos nosotros y a través de todos nosotros. Para nuestros objetivos actuales, los términos luz del amor, luz de Cristo, luz de Dios o luz del mundo se pueden intercambiar. 

     También podemos considerar la luz como la fuente de energía creativa del universo. Cada uno de nosotros está aquí, en nuestro planeta, para actuar como una estación que emite esa luz para que así desaparezca la oscuridad de la culpa, el miedo y la separación. Sanamos nuestras mentes cuando nos unimos unos con otros y sólo vemos la luz del amor en los demás y en nosotros mismos.

     En nuestro proceso de sanación nos damos cuenta de que no somos espíritus aislados, sino que nuestras mentes se unen y que solo hay una mente universal unida con el corazón de Dios”. (1)

Unas reflexiones, ciertamente, maravillosas y llenas de sabiduría.

Ante cualquier situación discordante que pueda presentarse en tu vida, te animo a que busques un lugar tranquilo en el que pasar algunos minutos. Tomes unas respiraciones profundas y en la serenidad interior reclames esa excepcional Presencia, cariñosa y lúcida, que descansa en tu alma. 

Un cálido abrazo.

Hasta el próximo día.

 


        1. Jampolsky, Gerald, con Hopkins, Patricia y Thetford, William N., Adiós a la culpa. Ed. Los Libros del Comienzo.  Madrid, 2000, págs. 83,84. 

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Armonía Martín
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