14 de abril de 2025
Han fallecido en las últimas semanas personas a las que conocía y apreciaba. Y he compartido el dolor y la tristeza que la despedida producía en familiares y amigos. Mas cuando traigo a mi mente su recuerdo, la bondad que brillaba en ellas, su amabilidad y el bien que hicieron, la manera cálida y comprometida en que cuidaron de los suyos, me doy cuenta de que la relación de amistad que mantenía con ellas en absoluto ha terminado con la muerte. Sigue viva a través del amor que nos mantuvo unidas en este mundo.
Días atrás, mientras pensaba en estos hechos, cayeron en mis manos las bellas y profundas reflexiones de Gerald Jampolsky. Y fue como si Dios mismo me dijera: “Así es. Estás en lo cierto”.
Las comparto, pues son luminosas y esclarecedoras:
“La esencia de nuestro ser es amor. El amor no puede ser entorpecido por lo que es meramente físico. Por consiguiente, creemos que la mente no tiene límites; no hay nada imposible, y todas las enfermedades son potencialmente reversibles. Y como el amor es eterno, no hay por qué considerar la muerte con espanto.
El amor es la parte de nosotros mismos que es real. Como es nuestro potencial, el cuerpo no nos limita ni nos somete ninguna de sus “leyes” o condicionamientos. La comunicación con los demás es de amor a amor, y no de nuestras experiencias pasadas a las suyas… (1)
Todos creemos que deseamos tener menos conflictos, miedos, estrés o depresión. Y en el fondo de nuestro corazón lo deseamos intensamente. Pero en el nivel en que funcionamos casi todo el tiempo, no solemos elegir la paz antes que el conflicto ni la felicidad en vez del miedo, a causa de los sacrificios que creemos que encierra esa elección.
Está claro que no estaremos en paz mientras pensemos que somos vulnerables a la enfermedad y a los accidentes, a la vejez, a la debilidad y a la muerte. Si no se modifica la percepción de lo que somos, la ansiedad seguirá subyaciendo en todo lo que pensamos y hacemos… De un modo u otro es preciso que nos demos cuenta de que vivimos ahora y siempre como el amor que somos. Creo que estamos en este mundo sólo para aprender y enseñar amor. Tal vez varíe la extensión de nuestras lecciones, pero lo que cada uno de nosotros da y recibe es lo mismo: amor.
Trabajar con niños que se enfrentan a la muerte y con sus familias me ha ayudado a comenzar a vencer mi propio miedo a la muerte y a poner en tela de juicio la creencia de que la muerte es lo último… Cuando la muerte sucede, lo que estos padres sienten no sólo es soportable sino apacible, pues siguen sintiéndose unidos a su hijo a través del amor.
Mientras nuestros cuerpos están vivos, nuestra misión consiste en usarlos para permitir que nuestro amor se extienda de forma que los demás puedan reconocerlo y recibirlo. Como sus almas están llenas de dulzura, muchos niños demuestran de múltiples formas que el amor se puede extender y ampliar incluso aunque ellos no se encuentren en disposición de realizar grandes proezas físicas. Es todo lo que hacemos con nuestro corazón lo que influye con mayor profundidad en los demás. No son ni los movimientos de nuestro cuerpo ni las palabras de nuestra mente los que transmiten el amor. Amamos de corazón a corazón…
Todos somos miembros de una única familia y toda persona es nuestro hermano, incluso aunque lo olvidemos de vez en cuando.
[…] Cuanto más integramos a los demás dentro de esta inocencia al desprendernos de recelos y sospechas, más empezamos a vislumbrar la infinita inocencia del universo y la imposibilidad de que ningún ser vivo sufra demasiado tiempo. El dolor tiene un final. Hay un punto que ni la miseria ni el pesar pueden atravesar. Nunca somos abandonados sin consuelo”. (2)
Unas conclusiones luminosas y llenas de esperanza, que nos conectan con lo que de verdad somos: Amor.
Un afectuoso abrazo.
Hasta el próximo día.
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Jampolsky, Gerald G., ENSEÑA SOLO AMOR, Ed. Los Libros del Comienzo. Madrid, 1993, pág. 85
(2) Ibid., pág. 95 y ss.
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