UN APACIBLE RESPLANDOR

10 de febrero de 2025

 

Algunas de mis amistades, y familiares, utilizan términos como “energía”, “universo”, “luz”, “Fuente”, etc., para referirse a la Presencia infinitamente amorosa y cálida que está en nuestro interior. Pero yo nunca he tenido problemas con la palabra “Dios”.

Dios es, para mí, la paz, el Amor y todo lo que es bello y bueno. El origen de mi existencia y de mi felicidad. Es lo me une a todos mis hermanos y hermanas del mundo. Acostumbro a pedirle guía, a esperar Su respuesta, cuando tengo que tomar una decisión y albergo dudas. Y también le pido protección ante algún temor o peligro, o si el ego trata de hincar en mí sus afiladas uñas. Cuando emito algún juicio sobre alguien, corro en Su busca para que me ofrezca su visión de la persona a la que he descalificado o criticado en mi mente. Y poco a poco voy alejándome de esos comportamientos en los que todavía caigo.

Evoco a Dios desde las profundidades del alma y experimento una gran serenidad, la certeza de que Su luminosa Presencia me acompaña en el camino y guía mis pasos. Y sé que ya no podría vivir sin sentir su Amor, sin percibirlo en el infinito silencio interior.

Es la misma Luz que nos acompaña a todos y que sostiene nuestra existencia.

Leía estos días las reflexiones de Gerald Jampolsky sobre estas cuestiones y me sentí reflejada en ellas. Las comparto con vosotr@s, apreciad@s amig@s: 

     “En el nivel superficial de mi ego, sigue llegando a mis oídos el murmullo de las dudas y las incertidumbres, pero en el fondo de mi corazón sé que el amor de Dios es la respuesta a todos los problemas. Cuando me permito experimentar el amor de Dios —y le devuelvo su amor incondicional— estoy sano y en paz. Cuando experimento el miedo, estoy enfermo, acosado por las dudas, las incertidumbres y las preocupaciones; y no me siento ni amado ni amante. […]

     Cada vez que caigo en la tentación de hacer un juicio condenatorio, desaparece la paz de mi espíritu. Si puedo resistir la tentación de juzgar a los demás, entonces puedo verlos como maestros del perdón en mi vida y me recuerdan que sólo puedo experimentar una paz completa cuando perdono en vez de juzgar.

     El amor muestra el modo de confiar y tener fe en que el amor de Dios disipa todas nuestras dificultades e incomprensiones. Vivir en el amor es […] creer que no hay ni accidentes ni casualidades, sino que todo nos sucede según un plan divino y nos enseña una lección que debemos aprender. Un amigo mío me aclaró recientemente la distinción entre un milagro y una coincidencia. Me dijo que “una coincidencia es un milagro en el que Dios quiere permanecer en el anonimato”. […]

     En 1982 mi hijo Lee y yo tuvimos el privilegio de viajar por la India con la Madre Teresa mientras que daba una serie de charlas en varias ciudades y pueblos. Lee le preguntó cuál era en su opinión la cualidad más importante para servir y ayudar a los demás. Ella respondió inmediatamente: “Humildad y mansedumbre”.

     La Madre Teresa también narró una historia de amor y de gratitud en que intervenían una mujer india y sus ocho hijos que se estaban muriendo de hambre. Cuando se enteró de su condición, la Madre Teresa les visitó y les llevó una fuente de comida. Después de darle las gracias, la madre dividió la comida en dos mitades y salió de la casa. A su vuelta, compartió la mitad restante con sus ocho hijos. La Madre Teresa estaba perpleja y le preguntó qué había hecho con la mitad de la comida. La mujer contestó: “Tengo una vecina que también tiene ocho hijos que pasan las mismas calamidades que nosotros. Sólo al compartir con ellos la comida que usted nos ha traído, mi propia familia recibirá el regalo del amor de Dios”. […]

     Me resulta sorprendente ver cuántas personas hay que no recuerdan haber experimentado un solo instante de paz y alegría en toda su vida. Todos nosotros podemos imaginar tener esa experiencia por un simple instante. Cuando elegimos aceptar el sistema de pensamientos del amor y aplicarlo a nuestras vidas, sólo tenemos que hacerlo un momento, el momento presente del ahora. Dar amor total y completo durante un segundo nos permite sentir la plenitud y la unidad sin sentimiento alguno de separación de los demás. En ese momento de amor sin límites perdemos la conciencia de nuestro yo corporal. Al recordar a Dios y sentir la presencia de su amor, ese mero segundo se transforma en un instante sagrado, en una fugaz mirada de la Eternidad”. (1)

Es mi único propósito vivir en el Amor de Dios. Y en su paz. No existe en el mundo nada más precioso para mí. Y sé que podemos compartir la Eternidad incluso aquí, en la Tierra, donde todo parece tan extrañamente convulso. Porque la Luz de la Presencia no se ha apartado de nosotros ni un instante. Permanece uniéndonos más y más en su infinita belleza y dulzura, hasta que recordemos que todos somos Uno y nunca más haya separación entre nosotros.

Hasta el próximo día.

 


      1. Gerald Jampolsky con Patricia Hopkins y William N. Thetford, ADIÓS A LA CULPA (La magia del perdón). Ed. Los Libros del Comienzo. Madrid, 1992, págs.57 y ss. 

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Armonía Martín
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